viernes, 9 de octubre de 2009




EL GRITO

He ahí que vi hombres derrotados, quebrados, vapuleados, dependientes...
He ahí que vi a los poetas de generaciones anteriores morirse en los bares,
Morirse en los caminos, arrollados por trenes y buses en las carreteras,
Agonizar en los pasillos oscuros de los hospitales públicos,
Caminar perdidos, vagar enloquecidos en las avenidas y en las calles.
Mujeres dementes embarazadas por noctámbulos borrachos,
Padres enemigos de sus hijos, hijos enemigos de sus padres,
Soledad, infelicidad, en las vidrieras, detrás de los mostradores,
En los almacenes, en las oficinas, en las esquinas, en todos lados.
Ideologías y dogmas romperse a pedazos en los propios ojos
De millones de jóvenes acorralados en los sueños y en los años.
Tal vez es probable que no haya mucha belleza en mis palabras,
Pero en mis palabras hay verdad, dulce o amarga, la verdad es la verdad,
Perpetua como los signos o las leyes más antiguas
Que hasta hoy día permanecen como una muralla inderribable.
Como una ciudadela detenida en el tiempo, piedra sobre piedra,
Ángulo tras ángulo, en completa arquitectura, en exacta matemática.
Hoy me pongo de pie y debo de sobreponerme a todo ello,
La muerte de un amigo, la de otro más, ¡cómo duelen! Hoy que viajo solo.
¡Estas son nuestras pruebas, estos son nuestros retos!
Yo sigo siendo un joven a quien todas las mañanas acompañan
Las voces azules de los pájaros cantando desde sus ramas.
Yo sigo siendo un joven a quien el mar alegra el camino tranquilo hacia la playa
Desbordando alborada tras alborada entre brisas mudas y calladas.
Yo sigo siendo un joven que ha empezado a ser feliz y a florecer
En la sonrisa del verano en cada faena del trabajo cotidiano.
Amo mi país y mi país y tu país se abren como una puerta o como una ventana
En cada palabra de este relato que se levanta como un himno o como un canto.
El mal olor segrega nuestras úlceras, las muertes son muy cotidianas y terribles,
La sangre ha embadurnado nuestras ropas, vestidos y zapatos,
Los niños mueren por millones en la tierra, mueren de enfermedades incurables,
Los ancianos protestan públicamente y sus protestas nadie las escucha.
En las calles la noche ahorca diariamente un grito en la guerra,
En muchísimas noches atravieso la brisa de los faros del invierno,
Desalojo de mi mente los falsos espejismos que aparecen de repente,
Deslumbrado por las aguas azules que se mueven en los ojos tuyos,
Y me tiendo a los brazos que se extienden como puentes a mis brazos
Y me hago uno contigo, hasta desaparecer juntos de este mundo,
Tantas veces en el cielo de nuestras vidas y muchas veces en la tierra,
Penetrando dócilmente en el fértil túnel de nuestras emociones.
Mi generación fue una generación golpeada, herida, despojada,
Mi generación fue un grupo de jóvenes impetuosos e inconformes,
Que acaso no quiso escribir una sola palabra en sus días bajo el sol,
Que probablemente empezó a escribir bajo la luz de un cuarto oscuro,
En puertos abandonados, en desolados terminales terrestres,
En habitaciones cerradas, en hoteles baratos, casi sin proponérselo siquiera,
Una por una fueron saliendo las pocas palabras que aprendieron,
Que pagó con su vida el precio de sus sueños muriendo en los caminos,
Que soportó en carne propia el peso de una brutal y espeluznante realidad,
Que no se entregó fácilmente a ninguna tiranía ni a cualquier dictadura,
Que no tenía por qué creer servil y ciegamente a revoluciones europeas,
Y no tenía por qué en los colegios ser decente formal o bien educada,
Cuando todos los días se jugaban grandes intereses y su voz
Y su opinión no importaba ni un sólo rábano, tampoco un pepino,
Que discutía largamente en sus cuartos, cuando los soportaban en sus casas,
O cuando los echaban violentamente de sus casas diciendo:
Que el Dios de los ricos no era, precisamente, el Dios de los pobres,
Ni el Dios de los blancos era el mismo Dios de los negros, indios o cobrizos,
Cuando en últimas cuestiones no existen razas inferiores o superiores,
Desde que todos descendemos del mono, o sea desde que tenemos
Un gorila adentro por dichosa investigación y comprobación de Darwin,
Que descubrió en asquerosos hoteles que las prostitutas en el fondo
Eran mujeres tiernas de enorme desenfado, pero de desgraciada orfandad,
Entonces recién pudo comprender la predilección de Víctor Humareda,
Por ese universo sórdido y real en el mismo corazón de la Parada,
Que se arrojó desde los pisos más altos de la principal Torre de la ciudad,
Después de leer “Montacerdos” remeciendo las bases de sus cimientos,
Que escribió profusos, extensos y aburridos manifiestos aristotélicos,
Abrumados de bostezos somnolientos en oficinas paraestatales,
Mientras la poesía se ponía de pie en las calles y avenidas
O se jugaba la vida segundo a segundo por los caminos de mi patria,
Y los versos más intensos se escribían en la soledad más absoluta,
Y los versos lanzaban en las celdas oscuras, agudos quejidos del alma.
Que le dijo ¡No! a una recua de oportunistas y malnacidos alcahuetes,
Cuando muy alegremente celebraban un supuesto triunfo entre comillas,
Y terminó suicidándose en las calles principales del centro de la ciudad,
Pudriéndose anónimamente en las cárceles más escondidas y olvidadas,
En largos túneles subterráneos que iban a dar a grandes fosas comunes
Dónde sus cadáveres irreconocibles de rostros desfigurados
Señalaban con el dedo índice y con los ojos abiertos a los culpables.
Autodestruyéndose en los bares, en malolientes, cantinas y tabernas,
Divagaban perdidos entre las grandes avenidas de luces apagadas,
Embriagados tambaleaban revolcándose como puercos o lagartos
En donde quedaran enterrados de desperdicios, de basura o de lodo
Hasta comerse las babas amargas y ácidas de sus propios vómitos.
Refugiándose absolutamente desolados en los templos evangélicos,
Arrojándose a las llantas de los carros que partían a la carrera...
Estrellando sus cabezas contra paredes o veredas totalmente ebrios y mareados.
Abandonando el país sin más sueños que sus propios sueños,
Pidiendo plata en la puerta de los restaurantes, en las estaciones del metro.
Fueron arrastrados, empujados, ganados por la desesperación,
Por el desencanto, el engaño, la espalda fría del mundo, la traición...
Se drogaban en las peñas criollas, bailaban música negra, fumaban marihuana,
Consumían pasta básica hasta ponerse verdes, morados o negros;
Se inyectaban heroína, bebían ácido lisérgico, dormían en los arcanos del horror.
Yo los vi perderse una noche con un brillo en los ojos, nunca más volví a saber de ellos...
Piso el alambre de los grillos en el que horadan el silencio de la noche,
Sobre astrosas pendientes declina pálidamente la tarde mientras asoma la luna.
¡Yo, no me adapto a ésta vida de remedios, inyecciones, pastillas, antibióticos!
Estas calles apretadas, llenas de autos, microbuses, triciclos y altavoces,
No pueden controlarme. ¡Ya, he empezado algo y debo terminarlo!
Las viejas canciones de la radio pretenden controlar, atrapar, domesticar,
Mis afectos, mis verdaderos y más profundos sentimientos.
Los diarios siempre mienten y todavía creen que somos inocentes e ingenuos,
Hay mucha gente en mi país que no tuvo nunca un momento lleno de alegría,
Hay mucha gente en mi país a quién la felicidad jamás llegó;
Por eso me explico sus rostros endurecidos, sus corazones llenos de odio y amargura,
La prepotencia que destilan en sus escritorios porque fueron abandonados,
A veces por sus padres, a veces por sus madres, a veces por ellos mismos...
La ira que arrebata sus insomnios son sueños de paz en la gran aldea
Y los sueños de paz son sueños de paz en el bullicio de la gran ciudad.
¡Oh Sodoma!¡Sodoma la horrible!¡Sodoma, la pérfida, ahora y siempre!
Toda una experta estratega en sus actos más viles y artimañas,
Aquella que conoce los más recónditos secretos e intimidades,
Que nos habéis tratado a unos y a otros como a perros, como a bestias,
Como a mulas de carga, como acémilas, como completos animales.
Que nos hicisteis tragar el polvo amargo que se levanta en los caminos,
Que nos distéis de comer basura y excremento en las mazmorras,
Que nos enmarrocaste, que nos redujiste durante meses y años,
Que nos encerraste en pocilgas, basureros, buzones y comisarías,
Para que no cantáramos jamás en el nombre de la libertad,
En el nombre de la igualdad y en el nombre de la fraternidad,
Y eso era a lo único que nosotros cantábamos, porque en eso creíamos.
¿Cómo no iba a despreciarte?¿Cómo no iba a actuar, a veces, como lo hacía?.
Cuando me emborrachaba en las noches hasta dar tumbos en las paredes.
Yo orinaba en tus sucias calles. Yo defecaba en tus pestilentes parques,
En las plazas, en los puentes, en las avenidas principales, en los monumentos
Levantados a todos los héroes que perdieron guerra tras guerra,
Y a quiénes en tus libros, revistas, periódicos y hasta universidades,
Confesabas públicamente que amabas, que era lo único también que amabas.
Es evidente que detesto todo ese tiempo y difícilmente voy a poder evitarlo,
Al menos que cambies o por lo menos que seas otra, francamente.
Porque yo vi en tus calles, en cada paso que fui dando en este mundo de infierno:
Jóvenes enfermos de neurosis deambulando en las aceras y hablando solitarios...
Hijos en sano juicio, gozando de plenas facultades mentales, recriminando a sus padres;
Haciéndolos responsables de todas sus frustraciones y fracasos.
Existencias adolescentes marcadas por angustiosas enfermedades,
Muertes prematuras acumuladas una sobre otra en clínicas u hospitales,
Madres adolescentes trayendo al mundo limitaciones y miseria,
Muchachas universitarias entregando sus cuerpos a los pasajeros de los hoteles
por unas cuantas monedas o simplemente por un par de dólares americanos,
Sacerdotes y obispos predicando desde de sus altares por la paz y por la vida,
Armados hasta los dientes de ametralladoras, rifles y pistolas,
Asociaciones nacionales de escritores y artistas convertidas en grandes antros,
En donde se celebraban, a vista y paciencia de todos, con gran descaro y desparpajo,
Desenfrenados bacanales, pomposas fiestas acompañadas de ruidosas orgías,
Sin que la intelectualada, poetisos, poetusos, poetastros, ni nadie diga nada.
Explotados, desocupados, cojudeados, parados entre millones de parados.
Endeudados por impuestos, fregados por tributos, jodidos por las coimas,
De verdad, la verdad hablando, la enorme cantidad de dinero que cuesta ser ciudadano.
¡Oh Sodoma!¡Sodoma, Sodoma!¡La mal querida, la maltratada, la ultrajada!
¡Ciudad hermana de Babilonia!¡Ciudad consumida, ciudad consumada!
¡Ciudad de hombres y mujeres de pechos, vergas y vientres desnudos!
¡Ciudad de casas rodeadas de alambradas cargadas de cables eléctricos!
¡Ciudad dónde olvidan a los hermanos o los vuelven bestias, que es lo mismo, igual o peor!
¡Ciudad de edificios bombardeados, destruidos de cólera y de rabia!
¡Ciudad sitiada de tanquetas, carros blindados, camiones de guerra y soldados!
¡Oh Sodoma! ¡Oh Sodoma!¿Quién ordenó las matanzas en las cárceles de Castro Castro,
en las lóbregas celdas de San Juan de Lurigancho, en el Hermelinda Carrera
de Chorrillos y en la isla del Frontón en el mar Pacífico?,
Juzga también esas manos ensangrentadas y asesinas, providencia, en esta vida,
¿Debemos olvidar, también, para siempre ese río de sangre derramada?
¡Oh Sodoma! ¡Sodoma!, abrid los goznes de tus puertas y ventanas,
Soldad los yugos de las bestias para que la economía no gire en su propio eje,
Que se quiebren uno a uno los eslabones y grilletes mentales,
Que arda el amor derritiendo todas las fibras de nuestros corazones,
Para hacer de este continente un territorio paradisíaco y hermoso,
Como lo pronostican y señalan algunas profecías y designios,
Pero antes deberán cesar pronto la violencia y las guerras fratricidas,
Pero antes habrá que demoler las armas de las fuerzas armadas.
Yo, simple y llanamente me pregunto: ¿Por qué sus proyectos siempre fracasaron?,
¿Por qué sus buenas leyes e ideas siempre en la práctica se truncaron?.
Sus propuestas de paz luego de sonar con bombos, platillos y tambores,
Se perdían, irremediablemente, en los escombros y rincones del olvido,
Sus magníficas e innovadoras reformas casi nunca tuvieron éxito,
Sus nuevas constituciones cada vez fueron peores que una telenovela mexicana,
¡Ciudad perdida!¡Ciudad putrefacta!. No vas a vencerme, no vas a derrotarme.
¡Ya he empezado algo y debo, definitivamente, terminarlo!
Porque yo no nací para ser derrotado, yo nací para morir como los hombres de pie,
Como los viejos y rudos guerreros que entregaron sus vidas muriendo de pie
Como mis padres y abuelos que vivieron y murieron de pie
Yo todavía escribo palabras de amor aún en medio del ruido y del silencio.
Yo todavía escribo palabras de amor junto a la arena mojada donde respira el agua.
Porque puedo ver sobre la tierra la luz de un nuevo día,
Resplandeciendo lleno de vida, alumbrando nuevas horas, buenos días,
Porque me crecen drabas tiernas en las palmas de mis manos,
Porque puedo contemplar la piedra hendida de flores multicolores y retamas:
Amarillas, rojas, blancas, violetas, rosadas, de todos los colores;
Porque puedo imaginar un nuevo día, a pesar de todo y después de todo, hoy.

Carlos Alfonso Rodríguez










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